martes, 21 de agosto de 2012



Dar hasta que duela y cuando duela dar todavía más.
Queridos todos:
A punto de concluir nuestros días en la misión me gustaría decir que estamos fenomenal y muy contentos, y explicar que esto no era para nada lo que yo esperaba.
Hay en Requena muchísima miseria, que no me podía imaginar. De selva ideal, 'de peli', nada. Pero no es solo pobreza material.
También nosotros, al menos los que estamos en Requena, hemos pasado algunas dificultades materiales. Sobre todo la falta de agua, que durante unos días fue total, unida a la humedad y el calor. Las condiciones de la casa no son las mejores, a pesar de que es una de las mejores casas de Requena! Tenemos una numerosa comunidad de divertidas cucarachitas y arañas, y tenemos a Copito, una ratita muy simpática, grande y lustrosa, que desde que hizo presencia por primera vez ha perdido la discreción y ha decidido comerse parte de nuestra comida. Debía de estar hambrienta.
La mayor parte de las casas de Requena son cabañas de madera, de las que hemos sacado en algunas fotos: elevadas a unos palmos sobre el suelo con unos maderos, para que el río pase por debajo durante las crecidas. Y cuando el río sube demasiado pueden seguir metiendo vigas debajo y subir un poco más la altura de la casa. En todo caso, las casas se pasan meses encima del agua, y muchos niños tienen problemas graves de bronquios por la humedad.
Respecto al agua, esta semana llovió varios días y hemos estado muy aliviados, aunque siempre controlando el consumo. Ahora llevamos un par de días de calor muy intenso, que no remite, y amenaza otra vez la sequía. El agua de la lluvia se recoge desde los canalones en un depósito en el tejado y es la que utilizamos para lavarnos y fregar los cacharros. Para beber y lavar los dientes, agua embotellada.
Lo peor es para lavar la ropa: para ahorrar el agua del depósito hay que utilizar el agua que cae en un 'pocito' en el patio de la casa, sin ningún tipo de filtro ni nada..., así que la ropa, entre eso y la humedad, ha empezado a oler a ranita...
Respecto a nuestra ayuda aquí, no es gran cosa, y dadas las carencias que hay, es como una gotita en el océano. Aun así las sonrisas de los niños cuando nos ven y cuando jugamos con ellos, nos compensan todo el esfuerzo.
Casi todos hemos ayudado dando clases en el colegio PALP (Padre Agustín López Pardo, que fue el fundador de Requena, hace 105 años). Es el colegio del Vicariato de Requena, pero el Vicariato no elige ni interviene en la contratación del profesorado, sino que esto se impone desde el sindicato de profesores, según las calificaciones obtenidas, lo que da muchísimos problemas, igual que en el resto de colegios.
Hemos dado clases a muchos niños. Son más de mil alumnos, normalmente cuatro aulas por curso.
Todos los días hemos estado viendo, en un sitio y otro, al Obispo, D. Juan Oliver. Aquí es el hermano Juan. Es valenciano y es admirable, no para desde el amanecer hasta el anochecer. Intentamos comer o cenar con él y nos reunimos todos los días en algún otro momento, para conocerle más, hacerle compañía y que nos cuente cosas de la gente y de las misiones que tienen a lo largo de toda la ribera del río. Esta zona está muy deprimida, inaccesible por la selva, y dejada por las administraciones.
Aquí el Vicariato y algunos religiosos, con la ayuda de Cáritas y Manos Unidas (y con la colaboración de Hesed Perú, de Valencia, de la parroquia Sta. Catalina Mártir, de Majadahonda, y de Cáritas Suiza) llevan todo: colegios, policlínico, asilo, cuidado de ancianos y enfermos visitándolos en las casitas, cole de niños discapacitados; créditos y microcréditos para todo tipo de necesidades; clases en el Pedagógico y en el Tecnológico (los hermanos de la Salle); etc., etc., etc... Pero están muy solos, alguno completamente solo en un poblado. Y, en mi opinión, no reciben el agradecimiento debido. Excepto los niños, que al llegar o salir del cole te rodean, igual que al hermano Juan, te abrazan, te besan y demuestran muchísimo cariño.
La realidad social es durísima, la media de hijos es de seis o siete niños por mujer pero normalmente de padres distintos. Nadie se casa y es algo habitual que los hombres abandonen el hogar. Los niños se crían con suerte con su madre, pero muchas veces con sus abuelos. Los mayores, enfermos y discapacitados a veces están completamente desatendidos.
Las familias tienen una economía de mera subsistencia (es imposible la exportación de ningún producto), basada en cultivar durante la época seca en las chacras, zonas en que el río se retira. Pero si hay una crecida inesperada el cultivo se pierde, las casitas se inundan y la gente se va. Eso, o que se vayan a trabajar a chacras lejos del poblado, influye en la inestabilidad de las familias. Y para muchos niños es habitual no ir a la escuela porque tienen “chamba”, tienen trabajo, como me dijeron tres niños de diez años que estaban pescando un martes en el lago Avispa… Si la familia no tiene qué comer, los niños van a pescar unos pececitos (en este caso picaron pirañas), para hacer a la brasa, o a recoger flores para vender esa noche en la plaza. La realidad es que la mayoría de los niños carecen de lo imprescindible y están afectados por enfermedades de bronquios por vivir sobre el agua.
El gran problema (que impide otro tipo de economías) es la incomunicación, no hay acceso al transporte más que por el río; la lancha, muy cara, no pasa todos los días... y se tarda hasta siete días en recorrer el río para llegar a algunos poblados. Pero donde no llegan sus compatriotas, llegan las misiones.
Algunos del grupo han ayudado en el policlínico de Requena, fundado y llevado por Cáritas y el Vicariato. Sobre todo María P. y, en algunas visitas a enfermos a las casitas, también Juan. La gente no tiene atención médica y frecuentemente no va al policlínico aun en casos de gravedad. A los mayores y a los que están muy enfermos a veces se les deja abandonados, tirados en un colchón y sin darles agua, lavarles, cambiarles ni cuidarles. Esto en Requena. En los caseríos que hemos conocido a lo largo del Tapiche o del Ucayali, ni siquiera hay policlínico. El Vicariato ha promovido los Botiquines: una casita en cada poblado (aquí se les llama caseríos) en la que tienen medicamentos y medios para una primera atención médica en caso de urgencia.

Aunque en mi opinión la situación más complicada es la de la educación En las casitas que están aisladas no se plantea que los hijos vayan a la escuela. Y en las ciudades y poblados muchos niños faltan a menudo a clase. Para nosotros ha sido una experiencia irrepetible, y en el colegio tanto la dirección como los alumnos se han mostrado muy agradecidos por el pequeño servicio que hemos prestado. Esta semana no estaban muchos de los profesores por unas olimpiadas deportivas en Iquitos, y hemos tenido la oportunidad de sustituirles. Es muy emocionante ver las ganas que tienen los chicos de aprender: cuando pasamos por las clases nos ruegan que entremos a su 'salón' -así llaman a las aulas- a darles clase.
Hemos tenido la suerte de hablar de todas estas cosas con el obispo, que es muy sencillo. Es franciscano y lleva aquí ocho años dando toda su vida, sin desanimarse por la aparente falta de resultados ni por la ingratitud a la que se enfrenta muchos días. Y nos hemos quedado muy impresionados por la entrega ejemplar de las cuatro hermanas franciscanas que llevan otro de los colegios, por los hermanos de la Salle y por los franciscanos que viven en Requena y algunos de los caseríos.
Nosotros hemos estado muy contentos y a pesar de todo, y del futuro incierto, los niños y los jóvenes que hemos tratado son muy felices. Algunos ayudan en la pastoral, visitando las misiones el fin de semana, dando catequesis en las capillas que hay por Requena (pequeñas capillas en las que se celebra la misa, o la liturgia de la palabra si no hay sacerdote y se da catequesis todos los domingos) y participando en los coros, que suenan divinamente con todos sus instrumentos y con sus voces.
Hemos tenido el honor de participar en la vida de la gente de Requena, en sus fiestas, un día sí y otro también, como si fuéramos uno más. Ha sido una experiencia inolvidable. Por ultimo, recuerdo con mucho cariño que el segundo día limpiamos a fondo la Misión Franciscana, donde vive el Obispo. Fue un trabajo duro pero nos alegró mucho poder hacerlo. Y del grupo, aunque hemos estado divididos entre Jenaro y Requena, hemos hecho piña, acordándonos a diario de los de Jenaro, y sobre todo cuidándonos unos a otros y rezando mucho!!!
Me despido pidiendo oraciones para esta región de Loreto, abandonada de todo el mundo excepto de la Iglesia. Ojalá desde Madrid podamos seguir colaborando recaudando fondos para mejorar las condiciones de vida de los loretanos y de toda esta zona del Tapiche, en la que sacerdotes y religiosos se dejan la vida en la atención de los más necesitados sin dejar nunca de sonreír.
María José

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