jueves, 9 de agosto de 2012

Gertrudis
“Scotty le dio a Dot como regalo esta fabulosa gallina. Poco tiempo después nacieron media docena de polluelos pero la actitud de Gertrudis se tornó alocada. Por las noches trataba de pisotear y golear a sus polluelos y por el día los picoteaba. Cuando un halcón circulaba por los alrededores, corría desesperadamente al refugio dejando a sus crías arreglárselas por sí solas.
 El más destacado acto de ignorancia materna que tuvo Gertrudis para con sus polluelos fue su abrupto alejamiento de ellos a las dos semanas de haber visto la luz, para enredarse en un apasionado romance con el gallo negro del Chalet Crandall. Nunca llegamos a comprender  qué fue lo que vio Gertrudis en él. Sus patas anormales y cortas hacían que el pobre no pudiese andar bien, sus enfermizas plumas se arrastraban al andar en el polvo, y su canto era triste, porque más parecía un gorgojeo.
Sin embargo, aquel gallo debía poseer algún encanto tropical, que hacía que nuestra  alocada gallina no viese ninguno de sus defectos. Era gracioso ver cuando Dot esparcía granos de maíz en las mañanas para alimentar a Gertrudis y sus desprotegidos polluelos, de la nada aparecía el gallo de los Crandall en la parte alta del cerco limítrofe de nuestro terreno, y bajaba con dificultad a buscar su desayuno. Gertrudis no comía hasta que su gallo llegase y comiese primero hasta hartarse. Era gracioso verla buscar y seleccionar los mejores granos para él. Hay de sus pobres polluelos si se atrevían a coger uno de los granos que Gertrudis había preparado para su amante.
Tan completo era el dominio de este gallo sobre Gertrudis que cambió bruscamente y pasó de nuevo a las filas de la maternidad. Aún estando pequeños sus primeros polluelos empezó a empollar otra vez. Cuando hubo puesto doce huevos, dejó sus locuras y frivolidades a un lado y se sentó maternalmente sobre ellos en actitud melancólica.  La transgresión de Gertrudis en su temprana juventud fue borrada por esta heroica capacidad de reproducción y devoción por lo que hubimos de abandonar la idea de comérnosla. Nos dimos cuenta de que los primeros ardores de locura a su temprana juventud habían terminado.
Felizmente, Gertrudis no nos decepcionó, llegó a empollar 11 de los 12 huevos que había puesto, y crió a sus nuevos polluelos con los anteriores con mucha devoción, sin pisotearlos ni golpearlos, por lo que ninguno piaba acosado por la soledad. Cuando la sombra del halcón rodeaba la sombra blanca de la huerta, se ejercitaba moviendo sus alas y se enfrentaba aguerrida para evitar una terrible incursión de este ave protegiendo a sus polluelos. En sus excursiones por el huerto se dedicaba a localizar insectos y enseñaba a sus pequeños polluelos cómo comerlos. A todo esto el pobre gallo de los Crandall pasó a un último plano, ahora tenía que valérselas por sí mismo para conseguirse pedacitos de yuca, cuando Antonia la pelaba con un fino machete en la mesita de la huerta. Como dirían los loretanos, el pobre gallo fue sólo utilizado y después abandonado.
Con Dot vimos la posibilidad de buscar para Gertrudis una nueva pareja. Sería trágico para la pobre gallinita pasarse la vida procreando con ejemplar tan desagradable. La crianza y buenas proporciones de un gallo de raza mezclado con la resistencia y la vitalidad de una gallina selvática producirían una perfecta casta de pollos, pero ninguno de este tipo de gallos era disponible, tendríamos que conseguirlo  en la costa. Nuestros amigos nos dijeron que un gallo de raza no sobreviviría ni un mes en un clima selvático (…)
La oportunidad de obtener un gallo de raza se nos presentó en febrero, durante nuestro primer respiro en la ciudad (…). Tanto buscar y buscar, encontramos una granja avícola en Moche, un suburbio de Trujillo ubicado a 500 km al norte de Lima, un ejemplar muy simpático. Aquella tarde estábamos de suerte: el dueño de la avícola nos mostró un gallo blanco, traído directamente de EEUU por avión. “Es el jersey blanco, está creando mucho furor en su país, ya que todos los quieren tener”(…).
Era el momento de regresar a Iquitos (…) tuvimos que ingresar rápidamente llevando a Moche (el finísimo gallo) con nosotros y ubicándonos como pudimos antes de que la aeronave empezara a moverse a lo largo de la pista de despegue(…).
En mi tercera y última inserción a 22.000 pies, justo en el momento en el que estábamos dejando huellas en el Huascarán, Moche parecía dos veces peor de lo que yo me sentía. Mi cabeza iba a estallar y las nauseas eran insoportables. Más que sentirme mal por mí mismo  me sentía mal por el pobre Moche. Pensé que se iba a morir porque se estaba poniendo morado (…).
Dot trajo a Moche consigo, lo sentó entre nosotros y le puso el tubo de oxígeno hasta la garganta (…). A 12.000 pies me sentí capaz de poner a Moche en su lugar. Para mi sorpresa, éste se encontraba más que vivo, pues sus ojos brillaban y su cresta se había puesto imponente. Por eso fuimos distinguidos como la primera pareja en servicio que volaba con un gallo de pura raza a más de 22.000 pies de altura, hasta llegar a la imponente Amazonía.
 En Iquitos, Moche cumplió con nuestras expectativas. Poco a poco cambiamos su dieta a base de almidón: yuca, arroz y maíz y le enseñamos a comer las hojas de plátano y pedacitos de lechuga regional. Cuando el halcón se asomaba, él avisaba con su poderoso gorjeo que había peligro; se atolondraba cuando Dot buscaba a su compañera, tijera en mano, para cortarle las alas; además, sabía mantener al gallo de los Crandall en su lugar. En agradecimiento al buen cumplimiento de sus obligaciones, una vez al mes era bañado con pedazos de jabón Lux (cuya caja costaba 75 centavos de dólar) y secado con mi toalla.
El gran día en que el primer grupo de polluelos rompieron el cascarón, Dot y yo nos desconcertamos al descubrir al descubrir que Gertrudis estaba sentada muy tranquila rodeada de una docena de polluelos más negros que el carbón y no rubios como suponíamos. A cierta distancia de la cerca que nos separaba de los Crandall, un gallo casi moribundo movía sus alas reclamando su paternidad”.
 Tomado de Hank y Dot Kelly “Memorias de un cónsul americano en Iquitos  1943- 1944” Editado por Centro de Estudios Teológicos de la Amazonía. Iquitos 2012. Páginas 77 y siguientes.
Este libro, además de una delicia literaria, es un documento valioso para comprender que ha significado Iquitos en la historia del Peru, la importancia que tuvo la explotación del caucho, las guerras fronterizas con Ecuador…

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